Friday 3 October 2008

Con sandalias y a lo loco



Era una tarde en la que mi príncipe urbano me invitó a dar una vuelta en su motocicleta color rioja. Al principio no supe si aceptar dicha invitación pues le tengo cierto recelo a las excursiones sobre dos ruedas. Pero el brillo de su mirada y la amplitud de su sonrisa me derritieron. Accedí a su propuesta. Era todavía verano y, aunque al caer la tarde ya empezaba a refrescar, me puse mis mejores galas entre las que destacaban mi faldilla floreada y las sandalias que me compré en Key West. Me agarré fuertemente a su cintura, apoyé mi pecho contra su espalda y me dejé llevar. Dejé que la fresca brisa del atardecer me acariciara las pantorrillas a 80 Km/h. Estaba encantada con el calor que desprendía mi príncipe al estrecharlo contra mi y el suave tacto de su camiseta de algodón. Su propuesta era llevarme a la montaña desde donde había unas vistas espectaculares de la ciudad. Conforme íbamos subiendo, dejando la ciudad atrás, la temperatura iba disminuyendo y los vehículos en la carretera también.
Empezaron las curvas empinadas... Primera curva... el viento en mi cara. Segunda curva...sintiendo las irregularidades del pavimento. Tercera curva...punción, latigazo, dolor, ardor... en el dedo gordo izquierdo de mi pie. Frente a la confusión del momento supliqué entre gritos, alaridos y sollozos a mi príncipe que se detuviera y apartara del camino de inmediato. El escozor y la incertidumbre eran indescriptibles. Nos apartamos allí mismo. En la curva más cerrada y peligrosa del camino. Cuál fue mi asombro al ver que entre mi dedo gordo y 'el que le sigue' había una avispa o abeja, abeja o avispa, clavada allí mismo. Grité de espanto al ver aquel bicho con traje de presidiario amarillo clavado en mi dedo. Agité fuertemente el pie enfundado en la bella sandalia caribeña que salió inmediatamente disparada junto con aquel detestable insecto.
Mi príncipe urbano, todo un caballero, se arrodilló enseguida y tomó mi pie entre sus manos. “¡ Hay que extraer de inmediato ese veneno! ¡Trae que te chupo el dedo!” dijo. Y con todo el ímpetu que le caracteriza se dispuso a succionarme el dedo gordo del pie. Allí mismo. En medio de la curva más cerrada del lugar. A la vista de todos los vehículos que pasaban de largo y de algunos que se pararon para ofrecer ayuda. El bochorno, lo cómico de la situación y el fuego que azotaba mi piel hicieron que un tumulto de sensaciones enfrentadas se expresaran casi atropellándose las unas con las otras y de forma desordenada. Risa, dolor a latigazos, bochorno, diversión, desinhibición... todo ello me ocurrió a la vez.



Al poco de ser completamente consciente de lo que me había ocurrido tan sólo una hinchazón, una quemazón y un dolor insoportable me acompañaron durante toda aquella misma noche y parte de los días que le siguieron a aquella fatídica tarde en la que llegué a la sabia conclusión de que no son buena combinación faldillas, chancletas y atardeceres veraniegos a 80km/h...
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